Wednesday, April 11, 2012

PENSIONADO

Con enojo y tristeza, Álvaro se halla formado en una larga fila. Enojo, porque lo han obligado a cobrar su pensión en el banco, por medio de la tarjeta que con mil trabajos ha tramitado. Él no sabe nada de asuntos bancarios y le ha sido difícil y latoso andar de aquí para allá solicitando la famosa tarjeta para cobrar con ella, mensualmente, su pequeña pensión. Tristeza porque añora los días en que iba a cobrar al Salón Azul, local para fiestas que una vez al mes era habilitado como centro de pago al que cientos de pensionados acudían a cobrar, comer antojitos, hacer algunas compras en el improvisado tianguis montado en la calle donde se encontraba el Salón, saludar a los amigos que habían sido compañeros de trabajo en la fábrica, enterarse de quien estaba enfermo, de quien había muerto, tomar una cerveza con los más cercanos, o incluso hacerse acompañar por alguna de las tres o cuatro señoronas que iban cada mes para ver si alguno de los "viejitos" que iban solos se animaban a "echar una canita al aire" con alguna de ellas, a cambio de una cantidad que tradicionalmente se regateaba, pero siempre al final del trato se pagaba.
Todo esto había terminado cuando les avisaron que a partir del siguiente enero, se pagarían las pensiones en el banco elegido por cada uno de ellos.

Así, con un letrero puesto junto a la ventanilla de pago del Salón Azul, se terminó con aquella camaradería, con aquel compañerismo que tanta falta hace cuando la edad, con sus achaques, nos advierte que el final está próximo. Se terminó aquel testimonio de sobrevivencia que todos los asistentes ofrecían con su manera de vestir, de hablar, de gritar con su presencia que pertenecían a la generación anterior y estaban orgullosos de ello. Todo eso desapareció ante el empuje de la modernidad (intolerancia disfrazada) hacia los viejos y su sencillas como queridas costumbres. Ellos no hacían mal a nadie con su comportamiento, sólo intentaban vivir la última etapa a su estilo, pero la fuerza no estaba de su lado y tuvieron que doblegarse.

Álvaro, como todos los demás, lo tuvo que hacer, pero se rehusaba a cobrar en el cajero automático como algunos, muy pocos, de sus amigos lo hacían y prefería "hacer cola" para evitar el uso de la máquina que, además de temor, le inspiraba desconfianza.

Cesaron sus meditaciones al presentar su tarjeta "pagomático" y escuchar la voz impaciente de la señorita que atendía la ventanilla diciendo: Señor, esta fila es para hacer depósitos, no para cobrar pensiones. ¡El que sigue!

abril de 2012

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